Tumbada sobre sus propios pensamientos, se derrite la cera del candelabro imaginario de la mesita de noche, que quita el sueño.
No hay fantasmas, sólo los que la imaginación pueda hacer aparecer, sólo existe una gran profundidad entre la realidad y lo que los infortunados caminos deparen a la aventura, no hay más.
No existe una realidad total como tal, sólo la constancia de una creencia arraigada por creerse superior, o quizá inferior, nunca se sabe...
Vigilante la mirada fija en el candelabro que no deja de escupir cera y cera; una cera inexistente pues no hay velas que rellenen los huecos posibles.
Tan así es, que el candelabro siente un vacío, un profundo desarraigo y tristeza que no le permite poseer de nuevo una bonita vela que le inunde de calor, de llamas, de pasión... No hay espacio porque está mucho más que confundido; ya no sabe si quiere seguir cargando luz, o prefiere morir en una oscuridad latente, poco a poco, sin compasión, en su soledad, no sabe. Y esto es aún más difícil, si cabe.
Tantas llamas pasaron ya por su estructura, tantas, que ya no se sorprende por la intensidad que le quieran mostrar; al fin y al cabo una vez consumida su corta y breve vida, se apagan, mueren, sin pedir permiso, sin preguntar sí está dispuesto a despedirse de nuevo. No en pocas ocasiones se siente utilizado, abandonado.
Colocado muy particularmente en su majestuosa mesa, se permite durante décadas ser el soporte de la luz tan romántica o necesaria según la ocasión; y ya se siente abatido. Abatimiento por no saber retener la luz por la que vive, por la que fue creado.
Todas las velas mueren en el intento de quedarse a su lado, pero siente que las consume con rapidez, y esto le aflige.
No puede dejar de ser su soporte, para ello fue creado...
No sólo en su interior retiene restos de las ceras ya consumidas, también el recuerdo de no haber podido hacer que la llama no se fundiera y acabara...
En cada río de cera hay una experiencia de una velada. El candelabro siempre en espera, como del aire un velero. Para en la oscuridad dar luz a un recuerdo desvelado o a un secreto revelado. Cómplice del fuego consume en la noche otra vela, otra vida, entre sus brazos.
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