Hace unos días estaba en la playa, observaba el mar, tan inmenso. Como companía, estaba mi amiga a mi vera, y un deslumbrante sol veraniego, y un cálido cielo azulísimo...
Como es típico en el caribe, en menos de una hora, comenzaron a aparecer nubes negras, que rodeaban el sitio donde pacíamos tranquilas y relajadas.
En menos de cinco minutos desde su aparición, todo se tornó oscuro y profundamente silencioso. El mar parecía un plato de sopa que nunca nadie movió, y el silencio a nuestro alrededor era casi tocable...
Comenzó la lluvia. Una lluvia rabiosa, potente, increiblemente potente.
Las personas que estábamos por allá, empezamos a cubrirnos de la lluvia, y a desplazarnos. Hasta que en pocos segundos, no había nadie. Me quedé observando desde el sitio donde me guarecí, y allí, en el mismo sitio donde apenas acababa de estar tomando sol, aparecieron un grupo de infantes. Felices! Ellos, de evidentes escasos recursos económicos, no solamente no encontraron problema alguno en el agua que desbordaba del cielo, si no que empezaron a jugar, a disfrutar, a reír a carcajadas... Una escena que dificilmente se me borrará, y que pude disfrutar muchísimo.
No sólo no les importaba que lloviera, si no que el agua era como bendición para ellos. Corrían, se empujaban, se tiraban arena que se quitaban con el mismo agua que caía... Me sentí feliz de verlos, y con un cierto anhelo de mi infancia... Un anhelo que me gustó sentir... porque en algún momento todos fuimos así, y jugamos con todo, con nada...
Al ratito, el grupo se desplazó al agua, y todos se metieron al agua... Mi amiga y yo, nos miramos, y sin pronunciar palabras, corrimos hacia allí, junto con ellos. No lo pensamos dos veces!
Las gotas de agúa se precipitaban contra el mar, haciendo cientos de dibujos que transformaban el paisaje en algo maravilloso. Y la sonrisa se instaló en nuestras caras, como si recuperaramos la inocencia que tanto tiempo quedó atrás...
jueves, 8 de septiembre de 2011
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Es en la inocencia donde los corazones más puros se guarecen de las inclemencias de la vida. Y por qué no salir a bailar bajo la lluvia, cuando ésta es una verdadera bendición del cielo.
ResponderEliminarP.d. Nunca perdemos la inocencia; es solo que (a veces) la olvidamos. :)